Por Ximena Burgos
Visita a la tumba de Vicente Huidobro
Guiado por mi estrella / Con el pecho vacío
Y los ojos clavados en la altura
Salí hacia mi destino.
Oh, mis amigos aquí estoy.
Vosotros sabéis acaso / Lo que yo era
Pero nadie sabe lo que soy.
Vicente Huidobro.
(Poema escrito en su tumba)
En Cartagena hace calor desde la mañana, aunque la brisa se lleva la niebla y descuelga las hojas de los eucaliptus, arriba, en los cerros.
-Busco la tumba del poeta - le digo a una vendedora, luego de que nadie me contestara con palabras, sino con una sonrisa nerviosa, muy abiertos los ojos y un mutismo grave.
-Busca al poeta – repite ella, como si no hubiera escuchado con claridad.
Bajo los ojos con humildad y le digo; Sí, la tumba del poeta.
Las gaviotas revolotean cerca de la playa, mientras percibo el olor de los jazmines que llenan la marítima tarde de mayo. Desaparece de la ventanilla y asoma por la puerta del kiosko, secando su rostro con el delantal, para hablarme de cerca.
- Son pocos los que la buscan - me dice; y viene de tan lejos. Debe llegar hasta esa esquina y doblar a la izquierda, donde encontrará una cuesta muy empinada. Ahí comenzará a subir hasta la cima del cerro, donde se encuentra la tumba del poeta. Es serpenteante y peligrosa la subida, el camino se ha horadado, los vehículos llegan apenas.
Tan rápido como salió, ha vuelto a entrar, dejándome absuelta de hacer otras preguntas, en medio del brillo de las aguas que, a la distancia, parpadean con el sol.
“Ayúdame a encontrar tus huesos, poeta”, me digo, en silencio, con el corazón volcado en su alma peregrina.
Llego finalmente donde tu cuerpo descansa. El aire es más corto y la respiración más honda en esta desolación de alturas, donde se voltean todas las miradas al abismo. Repaso con las manos la lápida, las paredes de cemento que rodean el singular escenario de tu sepultura. Desde esta cima se aligeran las alas de los pájaros que vuelven al árbol de sus sueños.
Con la urgencia de los desterrados, me doy a la tarea de limpiar tu tumba, para dejarte las rosas amarillas, llenar la copa con el vino para celebrarte y leer en voz alta tu “Altazor”, hasta que la noche se hizo luna de mengua.
Vuelvo a mi tierra del sur, poeta. Vuelvo a visionar las lluvias del otoño con un candelabro de metal en la maleta, para alumbrar tu soledad.
Ximena Burgos, junio 2020.
Escribir comentario